"Shoya was the sort of person that when you met him a little piece of you fell in love with him. His energy and enthusiasm was deeply infectious" (Azi Farni)

「祥也は、出会った瞬間に大好きになってしまうような人だった。彼のエネルギーと情熱はとても伝わりやすいものだった。」

Shoya était le genre de personnage qui lorsque vous l'aviez rencontré il y avait quelque chose en vous qui tombait amoureux de lui. Son énergie et son enthousiasme était profondément contagieux (Azi Farni)

Querido Shoya.....


Querido Shoya...

tomizawasonrisa
Por Alberto Gómez
Dicienueve años no son una vida. Sólo un preámbulo antes de descubrir lo grande que es este negocio tan depravadamente breve en el que andamos enfrascados unas cuantas decenas de años. Unos días antes, otro niño, éste menor que tú, nos dejó enfangados en la más absoluta de las miserias. Y pensamos en nuestros hijos. Sufrimos por ellos.
Ser padre no es fácil, ¿sabes? La supervivencia para el tuyo es devastadora. Y para todo un mundo que te amaba. Japón está de luto. Y los mortales que cada día intercambiábamos una sonrisa sincera contigo, un apretón de manos, un gesto de felicidad de esa tan contagiosa con la que ibas contaminando el paddock, lo echamos en falta, lo extrañaremos. Del mismo modo que recordabas a Daijiro con ese 74 clavado en la retina de quienes lo conocimos.


Shoya, escucha, yo no soy de los que piensa que andarás montando en moto en cualquier otra parte. Uno se marcha y el consuelo no se puede camuflar con una creencia interesada. Yo soy más de Alberto Cortez: cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo. No hay sustitutivos. Hace un par de días, hablando con Pep Font, un psicólogo deportivo, salí del error. “Hay que sufrir, Alberto, sólo así se consigue salir”, me dijo. Huir, escapar, tapar la herida con una venda lo único que puede conseguir es infectar la herida. Y las infecciones de corazón, tarde o temprano, te matan. O te enajenan.
Shoya, yo sólo me quiero acordar de tu sonrisa. ¿Recuerdas la última vez que nos vimos? Fue en la sala de prensa, un espacio de recreo para ti, un sitio donde aparcar el motociclismo. Allí, junto a Endo, un fantástico fotógrafo que se perdió en las sombras el día que te fuiste, repasabas las últimas instantáneas de tu carrera. Cruzamos un par de palabras, gestos cariñosos, una señal de victoria, una sonrisa de esas que registraste en en el campeonato con copyright. Llevo unos días intentando despegarme de esa escena. Pero he concluido que me ayuda saber cómo eras, más allá de los homenajes póstumos en la red, de esos vídeos musicalizados que le anudan a uno la garganta hasta dejarla sin aire.
El domingo tuve que repetirme una y mil veces que aquello que relataba en la radio no salía por mi boca. Mela también tragó duro antes de entrar en antena. Lo vi con los ojos humedecidos, como yo. Las lágrimas son un antídoto contra la tristeza, no una consecuencia. ¿Sabes? En la sala de prensa nadie prestaba atención a la categoría a la que estabas abocado a llegar. No sólo en Losail te ganaste las portadas. También ganaste Moto2 en Misano. ¡Mil veces hubiera querido que no fueses protagonista! Pero el estrellato está marcado. Para bien o para mal el destino tiene colocados sus dados.
Yo estuve en Suzuka cuando Kato también se marchó. Tú aún eras un jovenzuelo sin nómina en este deporte. Daijiro tenía algo especial, como tú. Yo aún un periodista en ciernes. Su futuro también se lo tragó un muro de oscuridad. Entonces visité la entrada a la chicane que daba acceso a la muerte. Había trozos atomizados de moto en aquella guillotina. Pude recrear lo ocurrido, pero tampoco tuve arrestos para revivirlo en vídeo. Luego me colé en la clínica móvil, con el estómago estragado por el dolor, más por error que por perversión periodística. Y lo vi en la camilla, unos instantes antes de que me echaran. Jamás debí hacerlo. Pero aquellas sensaciones me las llevaré a la tumba. Como Sabbattani o Gilles Bigot, Claudio Costa o Macchiagodena, o el pobre de Nobby Ueda, los que te tomaron de la mano antes de que cogieras el tren con billete de ida.
Shoya te vamos a extrañar. Todos hablaron el domingo de ti y se apropiaron de tu sonrisa. Celosos. Porque te querían bien. Porque tenías la juventud, el talento, la personalidad. Porque poseías algo especial. ¿Sabes? Jamás serás campeón mundial de motociclismo. Pero, realmente, eso ¿a quién le importa? Estoy repasando las fotos de mi amigo Mirco Lazzari. Son preciosas Shoya, como las de Endo. Un catálogo de sonrisas extenso... ¿Por qué, entonces, nos hiciste llorar?  Puta vida...